Por: Pablo Godínez de la Cruz
Rostro afable, agradecido por la
hermosura que Dios le ha provisto, con proporción lleno de encanto, de ternura,
que saca lo mejor de si para mostrarse optimista; no encerrándose para tener
pasión y determinación.
Rostro que se ofrece a los ojos
como un cuadro de hermosura y de tranquilidad, que sobresale entre viñedos y
jardines, como de entre verdes laderas, volviéndose en verdor de verano.
Que se hierge firme ante el sol;
en el pétalo de la aurora, para ir al encuentro del crepúsculo; que en la
cúspide de su vida, hace surgir la espontanea escritura, donde el ropaje de la
adulación viste al verbo.
Hace sentir la lluvia en el alma
y el horizonte en los ojos, como flor prometida al viento, moldeado con la
pluma del quetzal, en las verdes ramazones de esperanza, en el vigor de su
amplio paisaje, como queriendo detener la luz.
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